lunes, diciembre 20, 2010

La hija de la Navidad

                             
La hija de la Navidad

Llegaba tarde. Muy tarde. Y su padre la iba a matar, a castigar de por vida. No podía correr más, jadeaba con los pulmones agotados, formando nubes de vapor que salían por su nariz y su boca. Frenó un poco e intentó esconder su extraño pelo blanquecino, casi plateado, bajo el colorido gorro rojo que tapaba sus orejas levemente puntiagudas. Se sacudió de encima la nieve que caía incesante y reanudó su carrera.

Con una mano sujetaba contra su cadera una bandolera roja y verde, llena hasta los topes de miles de cartas que debían de llegar a la fábrica antes de medianoche. Con la otra sostenía en alto un pequeño farol que iluminaba su camino. En ese momento, como recordatorio de su tardanza, en algún lugar del pueblo cercano, empezaron a sonar las campanas que marcaban las diez y media de la noche de ese frío 24 de diciembre. Tenía menos de media hora para alcanzar el trineo que le esperaba al final del bosque que marcaba el final de la población humana y el principio de un territorio helado e inhóspito. O eso parecía.

Las piernas cortas de la muchacha se movían con rapidez por la nieve blanca y virgen, dejando unas huellas pequeñas que desaparecían como por arte de magia. Sus pies estaban protegidos por unas raras botas de piel rojiza que parecían flotar sobre el suelo y tras su espalda ondeaba una capa verde con una capucha que tapaba su rostro por encima del gorro. Hubo un instante en el que la capucha se resbaló hasta sus hombros, dejando a la luz de la luna su rostro pálido de labios finos, nariz aguileña y ojos rasgados de color verde esmeralda.

Kynei, que así se llamaba la chica, era bastante bajita y en poco tiempo cumpliría 17 inviernos. Llevaba un rato deslizándose por entre los árboles, abetos en su mayoría, apenas alterando a los pocos animales que no hibernaban. Pronto divisó el pequeño trineo con cinco perros y una figura acurrucada con una capa blanca y un farolillo encendido.

-¡Ya estoy, ya estoy! –gritó la muchacha.

La otra persona se giró, mirándola con mala cara. Se agitó como un perrito, provocando una lluvia blanca.

-Kynei, llevas mínimo dos horas de retraso –le bufó-. Estoy congelado, creo que voy a perder todos los dedos, las orejas y la punta de la nariz.

-Anda, no te quejes tanto, que te ofreciste voluntario –replicó Kynei subiéndose al trineo, agarrándose a la cintura de su acompañante, quien conducía a los perros.

Los dos faroles iban colgados en un enganche del trineo.

-Porque eras tú, pero no sé si te lo mereces después de todo, ni siquiera me has saludado como es debido.

-Qué quejica eres, Norlak –le dijo Kynei apretando su agarre suavemente-. Sabes que como mi padre nos pille, no metemos en un buen lío. Creo que de la misma magnitud del que me va a caer como no llegue a tiempo a la fábrica, así que acelera un poco.

-A sus órdenes, mi capitana –Norlak azuzó a los canes, que corrían con la lengua fuera, emocionados-. Kynei…

-¿Sí?

-He estado pensando…

-¡Qué raro! –exclamó ella de forma burlesca-. Tú pensando.

-Kynei, por una vez en tu vida, tómame en serio, aunque sea porque hoy es la víspera de Navidad –dijo con gran paciencia el pobre. Al no escuchar réplica por parte de su pasajera, continuó-. Verás, se me ha ocurrido una idea. Tu padre cumple deseos, ¿no? Por decirlo así, si alguien le pide algo el día de Navidad y está en sus manos cumplirlo, su deber es hacerlo realidad, no se puede negar a ellos mientras sean peticiones inocentes, ¿verdad?

-Sí, más o menos esa es la cosa –asintió ella-. ¿A qué viene eso ahora?

-Incluso alguien como yo puede pedir su regalo navideño, ¿no es cierto? ¿O hay alguna pega? –Norlak ignoró su pregunta.

-No, que yo sepa algunos de los tuyos le piden cosas. Es más, él mismo las lee en persona, ya que suelen ser deseos no materiales. Aunque no es normal que viviendo con nosotros y haciendo su trabajo quieran algo más de lo que tienen.

-Genial, entonces no hay problema alguno –dijo el muchacho encapuchado con alegría-. Por fin tendré el mejor regalo de Navidad que pueda desear alguien.

-Norlak, eres el elfo más raro que he conocido en toda mi vida. Y mira que conozco muchos.

-Ya, pero aún así a mi me quieres más que a los otros –presumió él.

Kynei le dio un coscorrón y él se quejó.

-Tienes razón, te quiero más que a nadie.

El silencio se instaló entre ellos, sólo se oía el deslizar de los esquíes del trineo por la nieve y los jadeos de los perros y sus patas. Al menos, no era incómodo, sino de esos tranquilos en los que no hacía falta hablar para decirse las cosas.

Un rato después, en la oscura y fría noche, vislumbraron unas luces que rompían el patrón negro que era el horizonte. Kynei miró el reloj con cuidado de no molestar a Norlak: eran once y cuarto. Llegarían por los pelos para que los regalos estuviesen a tiempo. Ante ellos había un enorme edificio rodeado de pequeñas instalaciones y casitas. Era todo un poblado alrededor de la fábrica, con sus tiendas y escuelas. A ojos de un humano todo aquello no era más que un territorio vasto desolado por el frío. Pero ellos no lo eran, ni tampoco los habitantes que corrían de un lado a otro con montones de paquetes de variados tamaños.

Pronto entraron en las callejuelas, pero Norlak no descendió de velocidad y algunos elfos con los que se encontraron tuvieron que apartarse para no ser atropellados. Zigzaguearon rápidamente y ascendieron por el camino que llevaba a la puerta principal del edificio y entraron por ella hasta el patio central. Kynei se bajó del trineo casi en marcha, se echó la capucha para atrás y se sacudió la nieve de la capa.

-Ahora te veo –le dijo en un susurro a su taxista particular. Le dio un suave beso en la comisura de los labios y se marchó corriendo, sin saber que en su bandolera una carta de más iba a llegar a su padre con letra élfica.

Kynei ascendió hasta la parte más alta de la fábrica, una pequeña terraza. Se acercó al borde del muro, se quitó la bandolera y la abrió. Volcó las cartas en el aire y sonrió cuando todas se quedaron flotando ante ella. Los papeles vibraban como con vida propia, unos más que otros, dependiendo de la emoción de sus dueños. Una en especial le llamó la atención, ya que no vibraba, literalmente parecía dar brincos. Se encogió de hombros, pensando en lo rara que era la situación, pero le restó importancia. Extendió los brazos, cerró los ojos y chascó los dedos. Las cartas se abrieron y salieron disparadas hacia diferentes lugares del poblado.

Cuando Kynei abrió los ojos, observó que la que le sorprendió seguía parada ante ella, impaciente.

-¿Qué haces ahí quieta? –le inquirió mosqueada-. ¡Vamos, fuera! Que no tengo toda la noche.

La chica la azuzó para que se marchase. La carta dio una vuelta a su alrededor, rozó su mejilla y partió tranquilamente, en dirección al despacho de su padre.

-Lo que me faltaba –gruñó Kynei-. Tanta magia de Navidad que hasta las cartas piensan solas.

En ningún momento se le ocurrió relacionar el destino de la petición con la pregunta de Norlak.

Mientras, este último, con una sonrisa tonta en la cara, se había marchado a su casa. Con tranquilidad, preparó la humilde mesa del salón para dos con la mejor vajilla que tenía y se puso a cocinar sus más deliciosos platos. Nada ni nadie le amargaría la noche de Navidad ni los siguientes días.

En otro lugar, en un despacho de colores vistosos y lleno de papeles, un hombre de aspecto bonachón, espesa barba blanca y voluminoso vientre, maldecía mil y una vez su deber para con los elfos. Estaba esperando paciente a que tocasen las campanadas que marcaban el fin del día para ponerse a trabajar, cuando una última carta importante llegó a su mesa. Según la fue leyendo, su rostro se ensombreció y sus manos se crisparon arrugando el folio. Sabía que no podía negarse a cumplir aquel único deseo, pero no era por falta de ganas. Sin duda no lo era.

De repente, las campanas repicaron. Era la hora, el momento en el que la magia navideña cumplía deseos inocentes. Aunque el último a él no le parecía para nada inocente. Se levantó del sillón, se adecentó su traje rojo y blanco se puso su gorro y cogió su bastón. Golpeó dos veces en el suelo con él y apareció frente a un enorme trineo con un saco, que aunque no lo parecía, tenía regalos para un mundo entero. Cosas de magia. Los últimos elfos terminaron de dejar en su sitio los regalos restantes y él se subió a su asiento. Agarró las riendas de los renos y las sacudió. Soltó su más que conocido “Jo jo jo, feliz Navidad”, arrancando una sonrisa de los allí presentes, y partió a dejar felicidad por todo el planeta.

De camino a casa de Norlak, Kynei vio como su padre se marchaba, produciéndole curiosidad cuando, al pasar por su propio destino, dejó caer algo desde su trineo. Al llegar, tocó con los nudillos la puerta y el elfo de ojos azules zafiro le abrió. Antes de que pudiese saludarle, Norlak le tapó los ojos con un pañuelo y juntó sus labios ansiosos. Aún unidos por el beso, entraron en la casa hasta el salón. Kynei estaba sorprendida, ya que él siempre respetaba las reglas.

Norlak la hizo sentarse en una silla y encendió unas velas. Cogió de la repisa de la chimenea una cajita verde, la abrió y sacó un colgante con un corazón de diamante y cadena de plata. Lo puso en el frágil cuello de la chica y ella se estremeció ante el contacto frío de la piedra y el metal. Luego, le soltó la venda.

Kynei miró a su alrededor emocionada. Le miró a los ojos con un sentimiento indescriptible en iluminando sus pupilas.

-¿Qué significa todo esto?

-Por fin soy libre de estar contigo cuando quiera, para lo que quiera y donde quiera –dijo él sonriente-. Tu padre no podrá poner ninguna pega por mucho que sea el señor de la Navidad y de la nieve.

-¿Cómo?

-¿Sabes cuál fue mi petición? –Norlak estaba que no cabía en si de gozo-. Te pedí a ti. Por encima de las órdenes de tu padre y de todo lo que se quiera interponer.

Kynei agarró con cariño el colgante y volvió a besar al elfo con amor. Como buen caballero, él se apartó y sirvió la cena. Comieron con tranquilidad. La noche aún sería muy larga para los dos.

sábado, octubre 30, 2010

Hijos del orden y el caos





Hijos del orden y el caos

-Hermano, que sorpresa verte por estos lares.

El hombre al que se dirigía le lanzó una irónica sonrisa.

-Ya ves, aunque seguro que ya lo tenías previsto de antemano –respondió éste entrando por fin en la oscuro sala que había ante él-. Igual podías haberme ahorrado este viaje e ir tú a buscarme.

-Sabes que estar allí me levanta dolor de cabeza –replicó el primero levantándose de su cómodo asiento.

Estiró el cuello entumecido y extendió la pesada carga de su espalda. La terrorífica magnificencia de sus alas ensombreció su rostro puro.

-Y a mí estar aquí me atufa la nariz durante días, no sé como tú y tus acólitos soportáis este olor tan… fétido –dijo el visitante, sin sorprenderse ni nada que alterase su estoico gesto.

-Hermano, hermano, hermanito, que poco sabes apreciar las cosas de la eternidad. ¿Hace cuánto que no nos veíamos? ¿Cinco, o tal vez seis siglos? –preguntó acercándose al hombre que le acompañaba. Sus rostros eran muy similares, pero donde uno era oscuridad, el otro era luz-. Creo que siempre acabamos opinando sobre nuestros hogares. Serán cosas de la edad, ¿no crees?

-Luc, tenemos cosas importantes sobre las que hablar, que creo que ya no se pueden retrasar más –repuso cortando los desvaríos de su anfitrión-. Hace mucho que empezamos a ver que esto se nos iba de las manos.

-¿Pero de qué te preocupas? –inquirió clavándole sus ojos negros-. Ese mundo ya está consumido. Hay tanta maldad suelta que ni tú eres capaz de frenarla. Y te aseguro que ni yo ni nadie de mi gente ha intervenido más que en épocas anteriores. Nosotros sólo lo hacemos porque es nuestra forma de vida, es lo que somos, pero ellos sólo quieren dañar porque sí. ¡A su propia raza mísera y cruel!

-¡Quién te escuchara, hermano! –exclamó asombrado-. El mismísimo diablo hablando mal de la crueldad.

-Odio que precisamente tú me llames así –gruñó el de las alas negras-. Me conoces mejor que nadie. ¿Cómo debería llamarte entonces a ti? Tienes más nombres que yo: “El que todo lo ve”, Jehová, Alá, Buda, “El señor de los cielos”…

-¡Esos humos, Luc! Perdona, sólo era una broma de mal gusto.

Luc replegó las alas negras inspirando fuerte. Siempre que se encontraba le costaba manejar sus emociones; cosas de los polos opuestos.

-¿Seguimos con el asunto por el que he venido, por favor? –esta vez, fue el invitado quien se permitió extender unas hermosas alas brillantes, de un blanco prístino, que iluminaron levemente el habitáculo. Las batió suavemente, consiguiendo por parte de su hermano una mirada ceñuda.

-Jay, sólo una cosa antes, ¿no te cansas de presumir? Tus ángeles también tienes alas blancas.

-No me compares con los ángeles, ni siquiera con los arcángeles, hermano, o haré yo lo mismo contigo y tus demonios.

Ambos se callaron, sin duda no tenían comparación con sus inferiores y a parte, las discusiones de familia entre ellos podían resultar devastadoras para los demás. Ya lo habían comprobado más de una vez.

-¿Qué quieres que hagamos entonces? –dijo el diablo sentándose en un sillón mientras su hermano le imitaba en uno que había enfrente-. ¿Una criba mundial? ¿Un castigo ejemplar? ¿Algún tipo de amenaza relevante? Cualquiera de estas cosas será para nosotros un placer de cumplir, ya lo sabes.

-¿Crees que algo de eso servirá? ¿Después de tantos milenios sin conseguirlo? –Jay se revolvió el pelo blanco con desesperación-. Ya tuvimos la peste negra, la destrucción entera de Pompeya, los últimos terremotos, huracanes, tsunamis…

-Todo eso no fue hace mucho, pero quizás si probamos algo nuevo… -sugirió Luc con una oscura idea titilando en sus negras pupilas.

-Tanto dolor me hace daño, a mí y a los ángeles –Jay suspiró y dejó que sus cálidas alas le cubriesen levemente, de forma inútil para reprimir un escalofrío-. ¿De verdad no hay otra forma?

-Lo siento, hermano, no debí sugerir eso delante de ti.

Luc se levantó con un ligero brinco del sillón y se acercó a Jay. Apoyó su mano en el hombre del debilitado señor de los ángeles y le dio un leve apretón. Chasqueó los dedos de la otra mano y apareció sobre ella una pequeña voluta de humo. Su hermano levantó la vista y, sorprendido, la recogió cuando se él se la dio.

-Esa es una de las opciones –murmuró Luc, con sentimientos reencontrados matizando su voz.

Jay no dijo ni una palabra, apretó la voluta entre sus manos y cerró los ojos, sabiendo a lo que se refería, dispuesto a observarlo pero a través de los recuerdos del siniestro diablo.

Su mente viajó por el recuerdo que Luc le había prestado, una memoria de hacía millones y millones de años, pero que aún lo mantenía intacto como el primer día. Estaba ambientado en un lugar imposible de describir con palabras humanas, ni siquiera se acercaba a lo que se suele definir como el paraíso. Era una mezcla de orden y caos en su más puro significado, algo invisible a los ojos mortales, e incluso para inmortales como los ángeles y los demonios. Algo incomprensible para quien formara parte de la razón.

Un nudo de nostalgia y soledad se formó en el interior del observador. También estaba esa posibilidad: volver al principio de todo, regresar a aquel divino lugar de donde provenía toda existencia.

Sabía que si hacían eso, sólo ellos se salvarían del efecto que provocarían el caos y el orden al recuperar lo que aquella raza había conseguido alterar. Por algo ellos formaban parte de aquellas indefinidas magnitudes o lo que fuesen.

Eso era lo que a Jay más le dolía, el tener que dejar morir a miles de millones de seres que poseían la vida que él mismo intentaba preservar por encima de todo. ¡Qué irónico! Al final todo se dividía en eso: muerto o vida, mal o bien, Luc o él. Cosas opuestas pero tan necesariamente complementarias.

Antes de que Jay pudiese seguir divagando, la escena que se mostraba en su mente se convirtió en una que él también guardaba con aprecio. La primera vez que él y su hermano, poco después de despertar a su existencia, jugaron a crear y destruir diferentes cosas. Jay inventaba figuras, formas, palabras y seres. Luc las destruía para que su hermanito pudiera volver a empezar y no aburrirse ninguno de los dos. Juntos mantenían un equilibrio constante.

El problema empezó cuando crearon esa especie de tablero de juego, la Tierra. Cada uno hizo sus propias fichas, fabricadas a su imagen y semejanza: los ángeles y los demonios, lo más cercano a la perfección, pero negados al sumo control. Eran sólo eso, peones.

Luego estaban los demás componentes. Al principio formaron aquellos torpes animales, los dinosaurios. Comprobaron que no servían para mucho, así que Luc se encargó de dejar todo como al comienzo, para que Jay hiciera un nuevo intento y así empezar de nuevo. Podría decirse que quedaron en tablas.

Crear el conjunto que ambos deseaban era complicado, y a ojos mortales, muy largo, aunque sin duda no para ellos. Tenían una eterna paciencia que se vio recompensada cuando aparecieron los seres humanos. Descubrieron que si querían jugar, necesitaban dotarles de inteligencia, como a otros muchos seres, pero sobre todo, de curiosidad. Cuando los primeros hombres tomaron una conciencia propia, empezó la partida.

Luc, con sus demonios, debía complicar la vida de esos seres; torturarles mentalmente, conseguir odio, rencor, rabia, dolor… Todos aquellos sentimientos de los que se alimentaban sus siniestros peones. Cada vez que un alma humana iba al infierno, bajaba a formar parte de la reserva de “vidas”, parecido a un videojuego.

Por otro lado, Jay debía lograr lo contrario mediante sus ángeles. Su misión era mantener la Tierra en paz, que hubiese respeto, amor, amistad y todas esas cosas positivas que hacían vivir a los brillantes seres alados.

En realidad, ambas hermanos sabían que nunca ganaría ni perdería ninguno. Debía haber un equilibrio entre el caos y el orden siempre. En caso de que eso no ocurriese, podían suceder desgracias inimaginables. Por esa razón, cuando Luc descubrió que le llegaban más almas de lo normal, notaron que algo iba sumamente mal.

Poco a poco los ángeles estaban más debilitados y con ellos, el propio Jay. Y todo esto, llevó a que los hermanos se reuniesen de nuevo.

-¡Hey, tío! Ya puedes abrir los ojos, que te has quedado como tonto –Luc chasqueó los dedos delante del rostro de su hermano.

Sin duda Luc era bastante bipolar, al instante se preocupaba por Jay como luego podía gritarle igual que a un demonio inferior. Él le miró con cara de malas pulgas; siempre tenía la manía de cortar momentos relajados entre ellos de golpe. Rápidamente Jay se despejó y se puso en pie, batiendo las alas. Empezó a dar vueltas por la habitación.

-Entonces, ¿cuáles son las opciones que tenemos respecto a este molesto asunto? –dejó la pregunta en el aire.

-Exactamente, tres –respondió Luc-. Ninguna lo bastante positiva para ti me temo hermanito. Y mucho menos para los humanos.

-Lo suponía, Luc, pero me duele aceptar la muerte de tantos seres vivos –admitió Jay, bajando las alas apesadumbrado-. Allí en la Tierra hay familias buenas, niños inocentes, vidas a punto de ver la luz por primera vez, parejas enamoradas y gente intentando hacer el bien para los demás.

-Lo sé, claro que lo sé, pero por otra parte… -empezó Luc poniéndose frente a su hermano-. Hay familias que sufren por culpa de padres y maridos que se convierten en maltratadores y asesinos, niños que ya han matado a personas, vidas agotadas por pura maldad, parejas engañadas y gente que sólo dedica su vida a herir al resto de habitantes del planeta. Y por desgracia, éstos superan a los que tú proteges, éstos son los que han destruido ese mundo y lo han convertido en un cementerio que no deja de agrandarse y volverse cada vez más negro. Las almas que llegan al infierno con tanta maldad, son infecciosas para la cordura de mis demonios y las que llegan al cielo, han sufrido tanto que son ponzoñosas para tus ángeles. Si nuestros seres, que están hechos con parte de nosotros mismos, mueren, acabaremos igual que ellos. Y entonces no habrá vuelta atrás. Somos inmortales, sí, pero fabricamos nuestras propias armas y éstas se están volviendo en nuestra contra. Si nosotros desaparecemos, todo acabará para siempre.

-Puede que yo sea presumido, pero tú sufres un grave problema de egocentrismo. ¿Quién dice que tú y yo podemos ser el final? No fuimos el principio, nada indica que todo se acabe con nosotros –Jay se encogió de hombros con la mirada perdida en los grandes portones negros que daban a lo más profundo del llamado infierno-. Probablemente aparezcan nuevos representantes del orden y el caos; mejorados, claro, igual que hacemos con nuestros seres.

-No te me pongas filosófico, hermanito sensiblón…

-Lo que te ocurre, Luc, es que te duele saber que no somos tan importantes como pensábamos, ¿cierto?

Luc mantuvo sus alas erguidas, en tensión, pero no contestó. Su propio honor se lo impedía.

-Bueno, la eternidad nos afecta mucho mientras hablamos, siempre nos desviamos del asunto principal –murmuró Jay, más para si mismo que otra cosa-. En realidad supongo que es porque cuanto más se alargue esto, más tarde tendremos que tomar una decisión. ¿En qué piensas, hermano?

-No quiero destruir la Tierra, no con todos esos seres vivos que nos han acompañado tantos milenios –admitió Luc con una inusual tristeza en su voz-. Pero si lo dejamos tal y cómo está, acabará destruida sin nuestra ayuda.

De forma distraída, su mirada se centró en la pluma negra que su hermano tenía en el ala derecha. Mientras, su mano acariciaba la pluma blanca que destacaba por igual en su propia ala izquierda.

-Entonces, la opción de dejar que ese planeta desaparezca y la de borrar a sus habitantes, descalificadas, ¿no?

-Si llevamos a cabo el tercer plan, me parece lo mejor… -el oscuro gemelo cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás.

Jay enarcó una ceja sin saber que hacía Luc, pero algo le decía que nada bueno.

-Yo que tú, hermanito, haría que tus ángeles volviesen todos a sus casas de tu idílica ciudad –le recomendó Luc.

-Esto… ¿puedo preguntar que te propones?

-Si de tres opciones, dos no valen, ya está todo decidido –contestó como si fuera obvio-. Cuanto antes empiecen mis demonios a trabajar, menos preocupaciones para ti y para mí. Todo volverá a la normalidad en un corto periodo de tiempo y estaremos tan contentos. Como si nada de esto hubiese sucedido jamás. ¡Abracadabra pata de cabra! Un bonito espectáculo de magia negra para todos los públicos. No será tan divertido como con los dinosaurios, pero mis demonios y yo nos lo pasaremos en grande.

Una enorme sonrisa se extendió por el rostro de Luc y sus ojos negros parecían arder como el carbón. Batió sus alas con fuerza y se elevó en el aire, demostrando su siniestro poder.

Jay entendió rápidamente que bullía en la mente de su gemelo. Muy pocas veces estaban de acuerdo en algo, pero ahora no había otro remedio. Su deber era proteger la vida en el universo, sin importar lo que eso conllevase. Cada vida era importante, pero también existía el bien común y eso era lo que estaba en peligro desde que los humanos comenzaron a ultrajar la Tierra.

-Hermanito, dale al coco para crear a nuestros nuevos juguetes. Que tus ángeles te ayuden y que así se distraigan –le sugirió-. Señores, señoras… ¡que empiece la diversión!

martes, octubre 05, 2010

Sombra

Sombra

Después de medianoche,
Cuando las estrellas acuden a la llamada de la luna,
Un sonido desgarrador rompe la paz nocturna.

De entre los árboles tus ojos grises relucen,
Ángel de día, demonio de noche
Luz a mi lado, sombra escondida.

Traicionado por tu familia,
En busca de un alma en caída;
Hijo del tiempo y hermano del viento.

Deja que tu fuego te hiele,
Que tu hielo te queme,
Deja que recorran tu cuerpo como olas de vida.

Despierta tus sentidos,
Confía en ti mismo y crea nuestro destino,
Sabes la verdad…

Moriría por tus besos fríos,
Inhumanos,
Besos de sombra.

miércoles, septiembre 29, 2010

Algo para regresar

Algo para regresar

Una señal, sólo una señal,
Es lo único que necesito,
Algo que me haga volver,
Hazme notar lo que quieres.


Sólo dilo, sólo una palabra,
Y regresaré a por ti,
Como si nunca me hubiese ido,
Como si todo fuese igual.


No estoy lejos, no soy un sueño,
Aunque deba recorrer el mundo,
Iré a buscarte hasta en la oscuridad,
Te devolveré cada día perdido.


No desapareceré de nuevo,
Si tú no lo deseas, no lo haré,
Y me quedaré a tu lado,
Seré tu guardián, tu guía.


Quiero que me confíes tus secretos,
Que nada nos separe ni un momento,
Hacerte llegar al cielo con un beso,
Regalarte un instante eterno.


Poder acariciar tu cuerpo,
Perderme en tus ojos de nuevo,
Embriagarme de tu fuego,
Ese es mi único deseo.


Una señal, sólo una señal,
Es lo único que necesito,
Algo que me haga volver,
Y apareceré a tu lado.

miércoles, junio 30, 2010

Ladrón Nocturno

Ladrón Nocturno

De repente algo sonó en el piso de abajo. Jenny abrió los ojos de golpe y salió de su habitación, descalza, mientras se frotaba la cara para despertarse. Bajó sigilosamente las escaleras y llegó al salón, escondiéndose tras el quicio de la puerta.
Allí, hurgando en la estantería que ocupaba toda la pared de enfrente, había una sombra negra, con una capucha y una linterna.
Jenny se acercó al paragüero que había a su lado, en el gran vestíbulo, y cogió el bastón de su abuelo, empuñándolo como arma. La chica estaba muerta de miedo, no sabía de dónde había sacado esa repentina valentía estando sola en la casa. Tal vez era porque aún estaba medio dormida y creía que todo era un sueño, o quizás porque quería descubrir que estaba buscando ese desconocido.
Por alguna razón, no se le pasó por la cabeza el llamar a la policía, sólo que tenía que hacer que se fuese. Se acercó silenciosamente al ladrón y se situó tras su espalda.
-Vete –susurró Jenny con tono serio.
La figura negra se dio la vuelta de golpe y la capucha se le deslizó hacia detrás, dejando el rostro de un chico moreno de pelo oscuro iluminado por el tenue resplandor de su linterna. Sus ojos verdes brillantes se abrieron como platos al verse sorprendido por la muchacha.
-¿Qué haces aquí? –preguntó mirando fijamente a Jenny, en posición defensiva. Su voz era levemente grave pero a la vez suave y melódica.
-¿Cómo que qué hago? –ella estaba asombrada por el descaro del ladrón y su atrayente rostro, pero aún mantenía el bastón en alto-. Esta es MI casa. Esa pregunta deberías responderla tú. Aunque no me importa. Márchate por donde has venido y no llamaré a la policía.
-No deberías estar aquí –replicó él sin cambiar su postura.
-Para una vez que estoy en la cama antes de las cinco de la madrugada un fin de semana, vienes tú y me lo echas en cara. –Jenny le miró con malas pulgas-. No sé que estarás buscando. Si es el dinero de mis padres, está todo en el banco. Las joyas de mi abuela están en la caja fuerte de su habitación y sólo ella sabe la combinación. En esta mansión no hay nada más, y mucho menos en la biblioteca del salón. Ahora, hazme el favor y sal de mi casa de una maldita vez, que tengo sueño y me duele la cabeza.
-No me iré sin lo que he venido a buscar –respondió el chico acercándose levemente hacia la muchacha.
-¡Bueno, pues ven otro día a por lo que sea! –le contestó ella de mal humor-. Dime lo que quieres y para entonces te lo daré con tal de que me dejes dormir, como si quieres varios de los grandes.
-No necesito dinero de unos ricachones como vosotros. Tu padre guarda aquí unos documentos que necesito y solo he venido a por ellos –susurró muy cerca de Jenny.
La chica empezó a retroceder, pero se tropezó con una enorme alfombra negra que adornaba parte del suelo. A punto estuvo de caer de espaldas, pero el ladrón tuvo rápidos reflejos y consiguió agarrarla por la cintura. Su linterna no tuvo tanta suerte.
Al notar las cálidas manos del muchacho sobre la piel que dejaba al descubierto el top de su pijama, Jenny se estremeció violentamente. Sus ojos se cerraron ante las sensaciones que recorrieron su cuerpo y escuchó como el bastón chocaba contra el suelo de madera al resbalar de sus manos.
El ladrón la observó en silencio, paseando la mirada por su tez oscura; sus carnosos y sonrosados labios entreabiertos; el suave rubor granate de sus tersas mejillas; sus ojos levemente achinados, ahora ocultos bajo los párpados; la pequeña y respingona nariz adornada por un diminuto piercing amarillo… A su parecer, era realmente hermosa.
El tiempo entre los dos parecía haberse detenido, apenas se oían sus respiraciones. Ninguno se movía, ninguno reaccionaba. Despacio, muy poco a poco, Jenny abrió los ojos y sus miradas se encontraron. Verde y negro. Ambos hipnotizados, ambos hechizados.
Él la atraía, con su aura de misterio, con su voz, su oscura presencia. Y ella a él, con su inocente valentía, con su rostro dulce, su infantil malhumor.
-¿Quién eres? –murmuró Jenny.
-No debería decírtelo –replicó él igual.
-Por favor…
-Eon –dijo finalmente en un suspiro-. Ya tienes a quien denunciar por allanamiento e intento de robo.
-No lo haré. ¿Ves a alguien por aquí haciendo eso? –susurró ella inclinándose ligeramente hacia Eon.
Él desvió su mirada a los labios de la chica. Ella lo notó y pudo observar los rasgos del muchacho. No tendría más de 25 años. Tenía los ojos grandes, labios un poco anchos, pómulos marcados y mandíbula fuerte, así como nariz chata con algunas pecas en ella. Nada parecido al tipo de chicos que le gustaban. Pero por otra parte, no podía negar que el contacto de su piel le quemaba, que sus orbes verdes la atrapaban, ni que se moría por probar el sabor de su boca.
Por eso, tal vez, cuando tuvo el rostro del ladrón a escasos tres centímetros del suyo; con un fuerte olor a madera de pino quemada, como de hoguera, embragando sus sentidos; no se movió, ni siquiera para retroceder de aquel desconocido. Simplemente esperó mientras se le escapaba un suspiro.
Eon estaba indeciso. Esa no era su intención al colarse en la gran mansión. Ni siquiera conocía a esa muchacha que tenía entre sus manos. Sólo había escuchado su nombre: Jenny Rowan, la única hija del famoso juez Marq Rowan. Necesitaba encontrar la carpeta del caso que mantenía a su hermano en prisión, nada más. Sabía que se hallaba en algún rincón de esa casa, ¿pero dónde?
Sus planes eran entrar, cogerlos y marcharse para no volver. Pero ahora estaba ella. Quería besarla. Necesitaba besarla. No se lo pensó más y simplemente lo hizo. No sabía cómo reaccionaría ella. Su corazón brincó de sorpresa cuando al roce de sus labios, Jenny le rodeó el cuello con los brazos y volvió a cerrar los ojos, quedando totalmente a la deriva, a su merced.
La mente de Jenny hervía de pensamientos contrarios. ¡Se estaba besando con un ladrón en su propia casa! Pero por otra parte, Eon era realmente atractivo y en realidad no había robado nada de la propiedad de los Rowan. No tenía nada que perder si dejaba al descubierto sus sentimientos, ¿no? Seguramente no le volvería a ver más, aunque por alguna razón esa idea no le agradaba tanto como debería.
Eon acarició los labios de la bella muchacha con la lengua mientras trazaba círculos con los pulgares de sus manos en su terso vientre.
-Esto no está bien –gimió Jenny cuando Eon le dio un lametón en la oreja.
-Nadie ha dicho que deba estarlo –replicó él antes de morderle suavemente el cuello.


miércoles, mayo 05, 2010

Errores

Errores


Por que sé que nadie me va cambiar,
Nadie podrá evitar que falle,
Aunque me avisen, aunque me griten,
Siento que me quiero equivocar.


Veo como a cada paso erróneo,
Por pequeño que su significado sea,
Hace que mi conciencia se estremezca,
Sabiendo que quizás ni yo me perdone.


Pero esta vez cambia mi suerte,
Un último intento por lograrlo,
Por conseguir mantenerte a mi lado,
Para mostrarte que no dejé de quererte.


Es entonces cuando te das cuenta,
Que nunca te había olvidado,
Y por fin percibes ese sentimiento,
Que, poco a poco, el corazón te llena.

viernes, abril 02, 2010

Libertad

Libertad


Ahora es tu momento,
Abre tus alas, tus ojos
Siente el viento en tu rostro,
Y vuela muy lejos.


Huye, huye de tus recuerdos,
Cambia tu futuro,
Ahora o nunca, hazlo,
Líbrate de tus cadenas.


Por fin eres libre,
Que no te alcancen,
Escapa de su maldad,
Inventa tu camino.


No dudes, no vuelvas,
Recupera el tiempo perdido,
Permítele sentir a tu corazón,
Alza tu espíritu al nuevo día.


Vive cada instante,
Logra disfrutar de tu libertad,
Encuentra tu destino,
Reescríbelo ya.

sábado, marzo 13, 2010

Tiempo

Tiempo


Y sólo me queda mi escondite,
Fiel descanso de la verdad,
Que te necesito, que no vivo sin ti,
Que tu recuerdo no desaparece.


Me escondo por una mentira,
Por aquella que apaga la luz,
Que me aleja de ti, que me obliga a sufrir,
Sabiendo que así te pierdo de nuevo.


Nunca debí decir aquel te quiero,
Leve rastro de lo que siento,
Castigo eterno por un no puedo,
Antes no, ahora nunca.


Y se que hubo algo, fugaz espero,
Tierno beso de ensueño que jamás será mío,
Propiedad de esa chica sin nombre,
Origen de mis pesadillas.


Volver, volver en el tiempo es mi deseo,
Borrar mis palabras y perderme,
Evitar develar mis sentimientos y,
Como siempre, encerrarme en mi silencio.

martes, marzo 02, 2010

Pesadilla

Pesadilla

Ve la luz de sus ojos,
Alumbrando el camino oscuro,
Frío y miedo barridos por su mirada,
Percibe más cerca su encuentro.

¿Cuánta soledad puede aguantar?
Sabe que no lo soporta más,
Necesita estar a su lado,
Y corre más rápido, a tientas.

El terror le atenaza el cuerpo,
¿Por qué se aleja? Desaparece.
Grita su nombre, fuerte.
¿A dónde va? No lo entiende.

¡Vuelve!, no te marches,
Grita al negro silencio.
Ya lo comprendió al fin,
Le necesita, como al sol, a la luz.

Se hunde en la tristeza,
Su dañado corazón sangrando,
Todavía susurra aquella promesa,
Jamás se le olvidarán sus palabras.

Unas caricias la despiertan,
Suspira, solo era una pesadilla,
Un mal sueño que se desvanece,
Solo una terrible mentira.

Abre los ojos, fijamente le mira,
No le perderá jamás, no puede,
 Le necesita, como al sol, a la luz,
Para siempre, eternamente.

Y le regala un beso de esos,
Cálido, como si fuese el último,
Largo, sin un final fijado,
Seguro, con destino firmado.

martes, febrero 23, 2010

Del cielo al infierno... ¿No te valía el medio?

Del cielo al infierno... ¿No te valía el medio?

Me acuerdo cuando aún pensábamos mal de todo el mundo, época de inseguridad y de mentiras halagadoras.
Tal vez, más bien, seguro, que formamos parte de aquello, pero algo me hizo refugiarme en tus palabras de consuelo.
Pasé muchos de los mejores momentos de mi vida... risas tras risas, situaciones de silencio que lo decían todo y también algunas discusiones que luego desaparecían con unas cuantas palabras de perdón.
Y de pronto un pequeño abandono que va hondando en mi corazón como un gusano venenoso. Poco a poco... con sigilo, sin demostrar nada visible.
Primero aparece el silencio incómodo. Le sigue las miradas huidizas que esconden algo que no quiero descubrir, que se que me dolerá. Después te alejas de golpe y yo me quedo sin saber que pensar sobre ello. Luego llegan las mentiras despiadadas y las traiciones enmascaradas que logran mi desconfianza y mis sentimientos escudados en palabras mudas.
Tras lo que hemos vivido, descubierto y sentido sin separarnos, siento que te marchas de mi lado, dejando un profundo agujero que nadie podrá lograr mantener cerrado. Tan cerca... pero a la vez tan lejos...
De la oscuridad a la que te acercas sabes más que de cualquier otra cosa, sus venganzas y sus engaños, sus palabras y sus actos. ¿De veras crees que ha cambiado en algo lo que te harán sentir? Primero lograrás alcanzar el cielo. Pero notarás como caes, sin paradas, sin nadie allí abajo. Del cielo al infierno sólo hay una situación desesperada que te demostrará que la soledad te va a acercar a la desesperación.
Sólo aviso, y quién avisa no es traidor. Simplemente espero no tener razón esta vez.

martes, febrero 16, 2010

Por eso

Por eso

Por esa canción que recuerdas,
Ese sentimiento que crece,
Vuelve por eso, vuelve a enamorarte
Y quizás, algo regrese a ti.

Por esa mirada que regalaste,
Ese momento que permanece,
Quédate por eso, quédate aquel beso
Y tal vez, algo se marche de allí.

Revive tu corazón,
Devuélvele un latido,
Un movimiento desenfrenado,
Uno solo segundo de pasión,
Un simple hálito de vida
Y volverás a existir.

Por esa cena que compartiste,
Ese lugar que desaparece,
Márchate por eso, márchate de aquí
Y quizás, algo vuelva a vibrar.

Por esa noche que olvidaste,
Ese deseo que nace,
Regresa por eso, regresa a tu cielo
Y tal vez, algo quieras sentir.

Revive tu corazón,
Devuélvele un latido,
Un movimiento desenfrenado,
Un solo segundo de pasión,
Un simple hálito de vida,
Y volverás a vivir.

martes, febrero 02, 2010

Celos oscuros

Celos oscuros

Otra vez he vuelto a caer en mi propia trampa,
Sabiendo lo que duele,
Otra vez dejo que mis pies me guíen a mi trampa,
Observándote mientras la razón me miente.

Ojalá  notases que te quiero,
Ojalá supieses que sin ti me muero,
Pero ella sigue en medio,
Prendiendo mi miedo,
Avivando el fuego de los celos.

De corazón frío a corazón herido,
Deseaba que se extinguiesen mis sentimientos,
Y ahora solamente sueño contigo.

Celos oscuros, algo prohibido,
Recorren mi cuerpo como látigos,
Controlando mis sentidos,
Dañando lo único que he mantenido vivo.

domingo, enero 31, 2010

En el mar

En el mar

Erica se despierta y, como cada mañana, se pone un bikini y baja corriendo a desayunar. En la cocina nadie le espera, nadie le saluda con un beso en la frente ni un buenos días. Contiene las lágrimas, como lleva haciendo tanto tiempo ya. Debe darse prisa, en algún momento ellos llegarán y, tal y como dicen, debe desaparecer de su vista.
Lleva en su brazo una toalla cuando echa a correr en dirección a la playa del puerto viejo. Allí está él, el único motivo por el que sigue viviendo en ese pueblo costero lleno de malos recuerdos. Se acerca hasta su amigo y le abraza por la espalda.
Ángel se gira y le sonríe como siempre. La aprieta contra su pecho desnudo y suspira al saber que le ocurre otra vez. Tira de ella hasta el agua y los dos se sumergen y nadan hasta llegar a un muelle abandonado. Se sientan juntos con los brazos rozándose ligeramente.
Ambos chicos miran las gaviotas que pescan su comida, en silencio, cada uno perdido en su mente y a la vez en la del otro. Ninguno interrumpe los pensamientos de su compañía, no les hacen falta palabras para hablar.
A lo lejos, los pescadores echan sus redes en el agua, esperando una buena recompensa al final del día. El mar choca con tímidas olas contra los escollos de un cercano acantilado. No hay voces, no hay ruido, sólo el susurro del agua y el viento conversando entre ellos. De pronto, en algún lugar del muelle nuevo, un buque hace sonar su campana, alejándose hasta una visita próxima.
Erica suspira, despertando a la realidad, y se acurruca contra su fiel amigo. Él le acaricia el pelo, tarareando una canción de cuna. Se miran fijamente a los ojos y sonríen, mientras sus mejillas se ruborizan una vez más. Los dos sienten ese pequeño y acelerado latido que les descubre, culpables de una joven y tierna historia de fantasía.
Ángel le roza los labios con los dedos, suavemente, como las olas tocan la arena de la playa. Luego, Erica se incorpora levemente y le besa con dulzura, sabedora de que siempre será respondida con ternura y amor.
-Gracias –le murmura Ángel.
-¿Por qué? –contesta ella, sorprendida.
-Por ser mi princesa de cuento de hadas, por convertir a un sapo en el príncipe del hermoso castillo que es tu corazón.
-No, gracias a ti por despertarme de mi cruel pesadilla, por rescatarme de la cárcel en la que se había convertido mi familia y mi soledad.
Se abrazan fuerte, oliendo a sal, a mar, a bella historia de profundo sentimiento. Se quedan así un tiempo hasta que el sol llega a su cénit, rompiendo su burbuja de amor y ensueño. Se levantan despacio, intentando alargar la temida vuelta. Al final, regresan nadando al pueblo y se envuelven en sus toallas.
-Cuando vuelva el buque –susurra Erica en el oído del muchacho.
-¿Qué? –dice él sin comprender.
-Por favor, no puedo más, vente conmigo, marchémonos juntos donde no puedan separarnos, donde no tengamos que aguantarlos ni un segundo en contra de nuestra voluntad –farfulla incapaz de evitar que una lágrima resbale por su mejilla.
Ángel mira al cielo, como buscando que responder a su súplica. Luego fija sus ojos en los de ella.
-Cuando vuelva el buque –inclina la cabeza hacia Erica y le besa en los labios de nuevo, acariciando su rostro, firmando su promesa, comenzando la cuenta atrás para huir de todo.
Después pone rumbo a su casa, igual que ella, mutuamente echándose ya de menos.
Se acercaba el final del verano, algunos pescadores de lejanos barcos volvían a casa, después de una larga temporada de arduo trabajo, con ganas de reunirse con sus esposas, sus hijos o simplemente por la añoranza del hogar.
Para Erica y Ángel, esos dos meses que había pasado desde que se hicieron su promesa, se les habían hecho eternos. Debajo de las camas de cada uno, escondidas, se hallaban dos bolsas de viaje, de mediano tamaño, llenas de recuerdos buenos y malos, algunos ahorros y ropa. Pero sobre todo, llenas de momentos aún por vivir juntos, lejos de allí y de aquello que conocían y tanto odiaban. 
Tenían edad suficiente para huir, pero nunca poseyeron la fuerza para hacerlo. Sin duda, aquel verano les había hecho valientes, lo suficiente para tomar una decisión sin retorno, sin vuelta atrás.
Esa misma noche, Ángel llamó a la ventana de Erica, como había hecho tantas veces. Parecía la típica historia de amor, quizá porque fuera un detalle imprescindible el hacer algo así para demostrar ese sentimiento que vuelve locas a tantas personas.
Aunque ahora había algo que era diferente, algo de lo que se percató la muchacha cuando abrió la ventana. Ángel llevaba una mochila al hombro y su maleta en una mano, mientras que con la otra señalaba el puerto nuevo; unas luces brillaban a lo lejos, avivando los sueños de libertad de la pareja. Ella sonrió a la oscura y, al mismo tiempo, iluminada noche.
Metió todo aquello que poseía en su bolsa de tela y en su mochila, no tenía demasiado. Luego, dejó una nota escrita desde hacía mucho tiempo en su cama sin deshacer, una nota donde contaba toda la verdad, donde se despedía de su familia, en donde describía las pesadillas de su vida; igual que había hecho el chico en otro lugar del pueblo.
Erica salió sigilosamente de la casa, tras cerrar la puerta sin mirar atrás. Después, abrazó a su amigo, su fiel compañero, a la mitad de su alma. Se alejaban de su pasado, hacia un nuevo futuro sin más ataduras que las del destino. Cuando alcanzaron el barco, lograron encontrar el amparo del capitán, pidiendo ayuda para escapar.
Un simple camarote para dos, un refugio hasta otras tierras. Tal vez fuera hasta Australia, hasta China, América o hasta la India. Pero era lejos de allí, pero eran ellos dos juntos.

viernes, enero 29, 2010

Traición

Traición

Quisiera grita a la soledad,
Gritar muy alto y, a la vez,
Susurrar un lo siento amargo,
Desvelar el daño que me corroe el alma.

Pero, ¿y si no fui yo?
¿Quién es el culpable del error?
Quizás agradecería tu arrepentimiento
Y que eso aliviase mi pensamiento.

Ni mis palabras,
Ni siquiera mis lágrimas,
Consiguen borrar aquello que pasó.
¿Quién pierde ahora? ¿Tú o yo?
Probablemente los dos.

¿Qué sacamos de eso?
Tan sólo rabia, tan sólo dolor,
Una herida abierta, un puñal en el corazón,
Un te odio y un adiós.

Desapareces pero vuelves,
Te ignoro pero caigo.
Hasta el próximo error te creo,
Hasta el siguiente fallo te espero.

miércoles, enero 27, 2010

Tu presencia

Tu presencia


Y de pronto,
Siento que mi corazón se desgarra,
Mi alma se quiebra
Y el silencio me llena.

¿Quién eres?
¿Qué quieres?
Noto tu presencia,
Muda, seria.

Una lágrima se escapa,
Valiente, rebelde.

Tus susurros me consuelan,
Tus besos me despiertan.

Siento tus labios cálidos,
Arropando mis sollozos,
Sellando mis palabras.

domingo, enero 24, 2010

Ilusión

Ilusión

Miedo, odio.
Amor, deseo
¿Son tan sólo simples sentimientos?
Una batalla, una caricia,
Un beso o un error.
¿Qué significan para ti?

Tal vez un momento,
Tal vez un suceso,
¿o quizás un sueño?

Entonces piensas que es un juego del corazón;
Entonces crees que es una mera ilusión.
Luchas contra ti mismo,
Escondiendo lo que piensas,
Encerrándote con llave en tu interior.

¿Por qué te cuesta tanto querer?
¿Tan difícil te es responder?