miércoles, junio 30, 2010

Ladrón Nocturno

Ladrón Nocturno

De repente algo sonó en el piso de abajo. Jenny abrió los ojos de golpe y salió de su habitación, descalza, mientras se frotaba la cara para despertarse. Bajó sigilosamente las escaleras y llegó al salón, escondiéndose tras el quicio de la puerta.
Allí, hurgando en la estantería que ocupaba toda la pared de enfrente, había una sombra negra, con una capucha y una linterna.
Jenny se acercó al paragüero que había a su lado, en el gran vestíbulo, y cogió el bastón de su abuelo, empuñándolo como arma. La chica estaba muerta de miedo, no sabía de dónde había sacado esa repentina valentía estando sola en la casa. Tal vez era porque aún estaba medio dormida y creía que todo era un sueño, o quizás porque quería descubrir que estaba buscando ese desconocido.
Por alguna razón, no se le pasó por la cabeza el llamar a la policía, sólo que tenía que hacer que se fuese. Se acercó silenciosamente al ladrón y se situó tras su espalda.
-Vete –susurró Jenny con tono serio.
La figura negra se dio la vuelta de golpe y la capucha se le deslizó hacia detrás, dejando el rostro de un chico moreno de pelo oscuro iluminado por el tenue resplandor de su linterna. Sus ojos verdes brillantes se abrieron como platos al verse sorprendido por la muchacha.
-¿Qué haces aquí? –preguntó mirando fijamente a Jenny, en posición defensiva. Su voz era levemente grave pero a la vez suave y melódica.
-¿Cómo que qué hago? –ella estaba asombrada por el descaro del ladrón y su atrayente rostro, pero aún mantenía el bastón en alto-. Esta es MI casa. Esa pregunta deberías responderla tú. Aunque no me importa. Márchate por donde has venido y no llamaré a la policía.
-No deberías estar aquí –replicó él sin cambiar su postura.
-Para una vez que estoy en la cama antes de las cinco de la madrugada un fin de semana, vienes tú y me lo echas en cara. –Jenny le miró con malas pulgas-. No sé que estarás buscando. Si es el dinero de mis padres, está todo en el banco. Las joyas de mi abuela están en la caja fuerte de su habitación y sólo ella sabe la combinación. En esta mansión no hay nada más, y mucho menos en la biblioteca del salón. Ahora, hazme el favor y sal de mi casa de una maldita vez, que tengo sueño y me duele la cabeza.
-No me iré sin lo que he venido a buscar –respondió el chico acercándose levemente hacia la muchacha.
-¡Bueno, pues ven otro día a por lo que sea! –le contestó ella de mal humor-. Dime lo que quieres y para entonces te lo daré con tal de que me dejes dormir, como si quieres varios de los grandes.
-No necesito dinero de unos ricachones como vosotros. Tu padre guarda aquí unos documentos que necesito y solo he venido a por ellos –susurró muy cerca de Jenny.
La chica empezó a retroceder, pero se tropezó con una enorme alfombra negra que adornaba parte del suelo. A punto estuvo de caer de espaldas, pero el ladrón tuvo rápidos reflejos y consiguió agarrarla por la cintura. Su linterna no tuvo tanta suerte.
Al notar las cálidas manos del muchacho sobre la piel que dejaba al descubierto el top de su pijama, Jenny se estremeció violentamente. Sus ojos se cerraron ante las sensaciones que recorrieron su cuerpo y escuchó como el bastón chocaba contra el suelo de madera al resbalar de sus manos.
El ladrón la observó en silencio, paseando la mirada por su tez oscura; sus carnosos y sonrosados labios entreabiertos; el suave rubor granate de sus tersas mejillas; sus ojos levemente achinados, ahora ocultos bajo los párpados; la pequeña y respingona nariz adornada por un diminuto piercing amarillo… A su parecer, era realmente hermosa.
El tiempo entre los dos parecía haberse detenido, apenas se oían sus respiraciones. Ninguno se movía, ninguno reaccionaba. Despacio, muy poco a poco, Jenny abrió los ojos y sus miradas se encontraron. Verde y negro. Ambos hipnotizados, ambos hechizados.
Él la atraía, con su aura de misterio, con su voz, su oscura presencia. Y ella a él, con su inocente valentía, con su rostro dulce, su infantil malhumor.
-¿Quién eres? –murmuró Jenny.
-No debería decírtelo –replicó él igual.
-Por favor…
-Eon –dijo finalmente en un suspiro-. Ya tienes a quien denunciar por allanamiento e intento de robo.
-No lo haré. ¿Ves a alguien por aquí haciendo eso? –susurró ella inclinándose ligeramente hacia Eon.
Él desvió su mirada a los labios de la chica. Ella lo notó y pudo observar los rasgos del muchacho. No tendría más de 25 años. Tenía los ojos grandes, labios un poco anchos, pómulos marcados y mandíbula fuerte, así como nariz chata con algunas pecas en ella. Nada parecido al tipo de chicos que le gustaban. Pero por otra parte, no podía negar que el contacto de su piel le quemaba, que sus orbes verdes la atrapaban, ni que se moría por probar el sabor de su boca.
Por eso, tal vez, cuando tuvo el rostro del ladrón a escasos tres centímetros del suyo; con un fuerte olor a madera de pino quemada, como de hoguera, embragando sus sentidos; no se movió, ni siquiera para retroceder de aquel desconocido. Simplemente esperó mientras se le escapaba un suspiro.
Eon estaba indeciso. Esa no era su intención al colarse en la gran mansión. Ni siquiera conocía a esa muchacha que tenía entre sus manos. Sólo había escuchado su nombre: Jenny Rowan, la única hija del famoso juez Marq Rowan. Necesitaba encontrar la carpeta del caso que mantenía a su hermano en prisión, nada más. Sabía que se hallaba en algún rincón de esa casa, ¿pero dónde?
Sus planes eran entrar, cogerlos y marcharse para no volver. Pero ahora estaba ella. Quería besarla. Necesitaba besarla. No se lo pensó más y simplemente lo hizo. No sabía cómo reaccionaría ella. Su corazón brincó de sorpresa cuando al roce de sus labios, Jenny le rodeó el cuello con los brazos y volvió a cerrar los ojos, quedando totalmente a la deriva, a su merced.
La mente de Jenny hervía de pensamientos contrarios. ¡Se estaba besando con un ladrón en su propia casa! Pero por otra parte, Eon era realmente atractivo y en realidad no había robado nada de la propiedad de los Rowan. No tenía nada que perder si dejaba al descubierto sus sentimientos, ¿no? Seguramente no le volvería a ver más, aunque por alguna razón esa idea no le agradaba tanto como debería.
Eon acarició los labios de la bella muchacha con la lengua mientras trazaba círculos con los pulgares de sus manos en su terso vientre.
-Esto no está bien –gimió Jenny cuando Eon le dio un lametón en la oreja.
-Nadie ha dicho que deba estarlo –replicó él antes de morderle suavemente el cuello.