sábado, noviembre 26, 2011

¿Ya?

¿Ya?

Enfrentarse a cada reto,
ocultando el esfuerzo,
creer estar en el infierno,
para querer llegar al cielo.

Navegar entre palabras,
entre ilusiones vagas,
convertirlas en actos,
en el momento exacto.

Deslizarse al tacto,
atacar al peligro,
mantenerse al filo,
firmando un pacto.

Sentir tanto miedo,
como te permitan,
combatir al tiempo,
cuando te lo quitan.

Navegar entre palabras,
entre ilusiones vagas,
convertirlas en actos,
en el momento exacto.

Se agotan los segundos,
gritar alto un te quiero,
antes de otro vuelo,
cuando escuche el mundo.

Gastar todos los intentos,
nunca dejarse vencer,
revelar los pensamientos,
nunca rendirse al perder.

Navegar entre palabras,
entre ilusiones vagas,
convertirlas en actos,
en el momento exacto.

miércoles, noviembre 09, 2011

Directo al corazón

A veces, me dejo llevar por la ilusión de que es sólo un capricho.
Que lo imposible es lo que siempre más anhelamos.
Pero luego, al sentir las mariposas... no, más bien los elefantes, que pisotean mi estómago con simplemente verle, borran de un plumazo toda lógica.
Es entonces cuando me entra el miedo por la garganta, me hace apretar los dientes, respirar más fuerte, combatir las ganas de gritar que estoy ahí. Baja por la garganta, congela mi cuerpo hasta la punta de los pies, atenaza mis músculos y bloquea mi mente. Me obliga a apartar la vista, a encogerme, a hacerme invisible.

Es un corazón dañado, harto de sufrir por algo que está tan lejano. Es un corazón que no ha aprendido de los errores, que sueña y se ilusiona, sabiendo que está prohibido. Es lo que queda de caída tras caída, de algo enamorado de una mentira que él mismo ha construido día a día. Es un corazón a tiras, que aún se para con una mirada, que echa a latir desbocado con una sonrisa. Es como un inocente que se ha condenado libremente a muerte.

sábado, noviembre 05, 2011

Dare (Atrévete)

Dare

Una habitación, en un edificio en pleno centro de la ciudad. Una chica acaba de cerrar de golpe la puerta de su armario antes de girarse bruscamente, para encarar a la otra persona presente. Es un joven con una expresión rabiosa en sus labios y ojos ennegrecidos por lo que parece ser furia. Él se está agarrando la cabeza con ambas manos, con gesto desesperado. Ella extiende los brazos con exasperación y le pega una patada a una caja y tira todo fuera. Luego tendrá que recogerlo, pero eso en ese momento no tiene ninguna importancia. Son incapaces de mantenerse la mirada más de un par de segundos seguidos, pero aún así están enfrentados como jamás lo habían estado, quizás como jamás lo volverán a hacer.
Por sus mentes van pasando cada instante vivido uno junto al otro y todo vuelve a comenzar.
-Piensa, simplemente piensa –le espeta la chica-. Recapacita por una vez en tu vida.
-Es que no lo entiendes…
-¡Pues claro que no lo entiendo, no dejas que lo haga! –le está chillando sin poder controlarse más-. ¡Encierras todo bajo una llave que nunca me has dejado ni mirar!
Vuelven a mirarse a los ojos, unos con expresión dolorida y otros con rencor. Aunque sólo tienen la cama en medio, parece que hay todo un océano y medio mundo entre ellos. Ella se cruza de brazos, como intentando mantenerse de una pieza. Él, en cambio, esconde la cabeza bajo sus manos anchas. Sus piernas apenas le sostienen en ese momento.
-¿De qué tienes miedo, por qué me temes? –su voz se suaviza cuando le pregunta eso.
De repente, el joven llega hasta su lado y la agarra por los hombros. La sacude levemente, pero de forma rígida.
-¿Miedo, soy yo el que tiene miedo? –le replica con la mandíbula tensa-. Si sólo con mirarte fijamente o acercarme a ti te echas a temblar, como si quisiera destrozarte o algo. ¿Por qué insistes tanto? ¿No puedes dejarlo estar?
-¡No, claro que no puedo! –ella grita, fuera de sí y con los ojos demasiado brillantes-. Sigues sin darte cuenta de que eres la persona que más daño puede hacerme en toda mi vida, que puede hacerme pedazos con una simple frase o con algún pequeño acto. Tienes en tus manos más de lo que nadie ha tenido jamás de mí, y continúas jugando conmigo y mis sentimientos como si yo fuese irrompible.
Ambos enmudecen, sus músculos se tensan y se separan lentamente. Un paso hacia atrás. Otro paso más. La chica cierra los ojos, niega con la cabeza. Nunca es fácil poner un sentimiento en palabras sobre la mesa, ni tampoco lo más sensato. Menos aún, en situaciones como esas, donde se lanzan los dados y se apuesta todo a suerte, para bien o para mal.
-No deberías haber dicho eso –él se pellizca el puente de la nariz con los dedos-. Yo jamás he jugado contigo. Nunca he querido hacerte daño, nada más lejos de la realidad. Eres importante para mí y muchas veces no se qué haría sin ti.
-¿Jamás, estás seguro? –le mira mientras lo dice con tono irónico-. ¿Cuánto te importo?  Dices tantas cosas que no sé cuando creerte. Todas esas miles de veces que me has agradecido mi presencia en los malos momentos, pero te desvivías por alguna otra que también escuchaba tus problemas. Nunca has tenido en cuenta lo mucho que me afectaba cada día que te ayudaba, ni lo que me dolía ver tu comportamiento con tus demás amigas.
Sus ojos se encuentran, marrón miel y verde apagado. Los primeros, desconcertados. Los segundos, con lágrimas apunto de caer.
-Creía… creía que todo estaba olvidado, que sólo era un amigo más, a pesar de las bromas que te hacía, que simplemente fue un encaprichamiento tonto y que ya se te había pasado –él tartamudea, dándose cuenta de la metedura de pata que llevaba cometiendo desde hacía tiempo.
Ella sonríe, pero con una sonrisa triste, melancólica, dolida.
-¿Eso pensabas? –se frota los ojos y suelta una carcajada fría-. Quizás debería estudiar teatro, o dejar de usar tanto la ironía contigo, que está visto que no pillas ni una. Siempre has sido de neurona espesa.
Silencio. Por ambas partes. Nadie habla y ni una mosca se atreve a interrumpirles. No era momento de broma alguna, pero sencillamente se le acababa de escapar. La joven coge aire, va a empezar a hablar de verdad. En cambio, él, se muerde el labio inferior, sin apenas reaccionar.
-¿Sabes la cantidad de veces que me han dicho que teníamos que hablar? Que tu comportamiento no era normal, que te divertías a mi costa o que simplemente sentías algo que no querías admitir –la chica se da la vuelta y se sienta en la cama, de espaldas a él. No quiere que vea sus lágrimas-. Pero cada vez que estaba contigo todo era diferente. Igual eras la persona más tierna, o la más débil, o quizás ni me atrevía a acercarme a ti por miedo a encontrarme cara a cara con tu muralla y que me echases de allí a patadas.
-Lo siento, lo siento de veras, pero así es cómo… -según lo dice se va acercando a ella de nuevo.
-¡No! –ella se vuelve, con los ojos rojos y un rastro húmedo en sus mejillas-. Ni se te ocurra acabar esa frase ni una sola vez más. Lo sé de sobra, es eso lo que hizo que me enamorase de ti, mucho antes de que lo hiciese de tu sonrisa, de tus ojos. La carne es débil de todas formas, ¿verdad? Simplemente creo que hasta aquí hemos llegado.
El chico tiembla, su mente por unos momentos se colapsa. ¿Cuánto tiempo lleva equivocándose? ¿Negándoselo? Está a dos pasos del borde de la cama. Avanza uno. Y se deja caer de rodillas. Su cabeza queda inclinada hacia el suelo.
-¿Qué quieres que haga? –su voz es apenas un susurro-. ¿Qué necesito hacer?
-Atrévete –una sola palabra que implica más que un desafío-. Tu última oportunidad.
Sin dudas, sin cobardía por primera vez. Sin miedos y con el valor por fin. Se levanta ligeramente, rápido como una cobra. Agarra con suavidad el rostro de la chica y atrapa sus labios, con la urgencia de saber que casi la pierde para siempre.
A pesar de las lágrimas que habían adornado las mejillas de ambos, una sonrisa aparece en sus labios, aún unidos, cuando ella le agarra la camiseta y tira de él, cayendo sobre la cama. Él intenta no hacerle daño, apartándose un poco. Ella le sujeta fuerte, le da igual tener que aguantar su peso, sólo quiere sentirle cerca, lo más cerca que le permiten las reglas físicas. Había estado soñando con eso durante miles de noches, durante cada segundo de cada día.
-Eres tonto, tonto, tonto –le susurra en la oreja, con una sonrisa feliz, antes de mordisquearle el lóbulo.
Él se aparta, le mira serio. Bueno, su expresión es seria, no así sus intenciones.
-¿Me estás insultando? ¿De verdad? ¿Has tenido el descaro de llamarme tonto?
-Sí, y te lo diré las veces que haga falta –contesta ella frotando su nariz contra su ancho cuello-. Mi tonto. Tengo derecho a ciertos privilegios, ha sido demasiado tiempo el que he resistido. Y ahora que eres oficialmente mío, me aprovecharé.
Sus manos viajan por todas partes, como alas de mariposa. Le besa como si el mundo acabase en pocos instantes y él responde igual. Sus lenguas bailan al compás mientras sus labios luchan por convertirse en una sola cosa, en una sola persona. En algún momento, así ocurre. Se desvanecen las barreras, los límites, los temores, los malos momentos, los dolorosos recuerdos. Sólo quedan, por fin, él, ella. Ellos.
Frente a frente, se miran a los ojos, hablando sin palabras y de pronto por las mejillas de la chica resbalan un par de lágrimas, que él se encarga de secar con sus labios, antes de preguntarle que le ocurre. Sin más respuesta que una sonrisa, se deja envolver por sus delgados brazos y entierra la cabeza bajo su pelo, aspirando su aroma mientras ella medio solloza, medio ríe.
-¿No era yo el bipolar? –inquiere el chico-. Ahora mismo no estoy seguro de quién de los dos se merece ese adjetivo.
-Déjame –masculla ella con los ojos algo rojos-. Estoy feliz.
-¿Sabes? He descubierto que, a pesar de todo lo que he podido llegar a decir, pensar e incluso sentir, te quiero.
-¿Un te quiero como los míos, o el de bolsillo? –replica ella suavemente.
-Un te quiero de estos.
Con los dedos enredados en el cabello liso y claro de la muchacha, hace que sus labios se encuentren de nuevo, entregándole todo lo que tiene y todas las promesas con las que ata sus corazones, iniciando el baile más rápido, más lleno de ilusiones, emociones, sentimientos, sueños, más feroz, que pueden permitirse sus cuerpos. El mismo baile que descubre la luz de la luna llena, acariciando a ambos con sus destellos a través del ventanal, como dándoles su bendición.