lunes, octubre 27, 2014

Dead hope

Dead hope

Some nights all the lights fade out,
all the stars disappear into the darkness.
Some nights there’s just a dead hope,
just a grave with the name of life.

Sometimes it makes you want to cry,
to cry until you scream at the top of your lungs
Sometimes it makes your head hurt,
until it hurts so much that you give up.

I don't even know what I’m doing here,
I just want to close my eyes for a while.
I don't even want to sleep with my dreams,
and my dreams are afraid of the dead hope.

Because you try and it’s never enough,
it never works, and you’re not the one.
Because you can’t win when you’re losing,
you can’t if it means breaking your heart.

“My mistake”, you said again and again,
you whispered that to everyone again.
“My mistake”, that’s what you repeat,
and in the end, that’s what you believe.

I don’t even want to be that person,
the one who thinks too much,
I don’t even know how to stop it,

being the one whose hope is dead.

jueves, agosto 28, 2014

Cuando la esperanza es lo único que queda

Cuando la esperanza es lo único que queda

Un, dos, tres. Un, dos, tres. Un, dos…

-Mierda.
-Señorita Millford, es la tercera vez en menos de media hora que falla en un paso de vals tan fácil como ese. Y dudo mucho que su padre piense que esa expresión sea adecuada a su edad. No hablemos ya a su estatus. Tal vez debería…
-Sé perfectamente qué diría mi padre, gracias por hacerlo notar, señor Harrison.

El tono cortante que había usado acabó con la posible reprimenda del hombre. Ariadna Millford, la dueña de la voz fría como el hielo, suspiró después de eso. No le gustaba tratar mal a su profesor de baile y cortesía, pero a veces no soportaba esa actitud rígida que siempre tenía en las clases y los comentarios que contuvieran cualquier referencia a su padre.

-Joven, haga el favor de empezar de nuevo. Lo lamento por sus pies, como verá, la señorita no está teniendo especial cuidado en controlar los suyos esta mañana. Aún me sorprende que un simple cochero como usted sepa bailar algo que no sea esa horrible mezcla de sonidos que llaman música en las posadas y una dama como ella acabe siendo tan patosa.
-Señorita Millford, ¿continuamos?
-Por supuesto, señor Fitzhenrick. 
-Recuerde, señorita. Un, dos, tres. Un, dos, tres.

Una sonrisa.
Paso. Paso. Paso.
Inspirar. Expirar. Inspirar.
Un, dos, tres roces.

-¿Estás nerviosa, Ariadna?
-Shh, baja la voz o el señor Harrison te va a escuchar. Y no me tutees si no quieres que te echen de inmediato.
-Sabes que está fijándose tanto en tus pies que ignorará cualquier palabra que salga de mis labios. ¿Estás nerviosa? Te tiemblan las manos.
-¿Y tú no, Percival? En una semana será mi presentación en sociedad y mi padre está más que dispuesto a casarme con el primer rico de familia noble que no tenga ninguna mancha en su reputación. Y no serán pocos los dispuestos a unir su nombre con el del Lord Millford. Ni siquiera sé para qué me esfuerzo en aprender a bailar vals si a nadie le importa otra cosa que no sea mi apellido y las propiedades atadas a él.
-Es un destino que a muchas mujeres le gustaría. No tener que saber mil artes para encandilar a sus pretendientes, no tener que preocuparse por la belleza, ni por la educación… Sólo tener el deber de ocuparse de los hijos y el hogar.
-Eso es lo que les gusta a las mismas mujeres que permiten que sus esposos tengan amantes en cada oscuro rincón de Inglaterra, que ven cómo el dinero que tan bien les vendría a la hora de mejorar sus vidas acaba derrochado en regalos para las queridas de los hombres que deberían cuidar de ellas y de sus críos.

Un, dos, tres. Un, dos, tres.
Un susurro.

-Bueno, te aseguro que aquel de tus pretendientes que consiga tu mano y se le ocurra mantener a una amante, no tiene ni idea de lo que es tener a una verdadera mujer hermosa y capaz entre sus brazos.

Un, dos.
Un jadeo.

-¡¿Pero se puede saber por qué para ahora, señorita Millford?!
-Me encuentro indispuesta, señor. ¿Podríamos dejar la clase para otro momento? Además, estoy segura de que mi padre requerirá los servicios del cochero en breve.
-No quisiera causarle ningún tipo de molestia a Lord Millford. Por supuesto, márchense si lo necesitan. No veo que hoy avancemos en nada. Mañana a la misma hora les estaré esperando aquí.
-Adiós, señor Harrison.

Ariadna tardó escasos segundos en salir por la puerta del salón. En cuanto escuchó el sonido de esta, se giró como un vendaval.

-Tú eres tonto. Te lo juro, eres rematadamente tonto. O eso, o… No, es eso: eres tonto.
-Oye, oye, tranquila, fierecilla, no me insultes, que no es para tanto.
-¿Tranquila, en serio? Percival, nos vas a meter en un buen lío. Como mi padre se entere de algo de esto nos va a matar.
-Sólo he alabado la belleza más que obvia de su hija, no creo que eso le ofendiese.
-Tratar contigo a veces es como tratar con un niño pequeño. Mi padre tendrá muchos defectos, pero pecar de ingenuo no es uno de ellos. Como sospeche algo no dejará de vigilarme con tal de que no me desvíe del camino que tan pensado tiene para mí. Mucho menos con lo poco que queda para la presentación. ¿Puedes comportarte hasta entonces, por favor?

Expirar. Inspirar. Expirar.
Un suspiro.

-No creo que este sea el lugar más adecuado para hablar de esto…
-Ya, claro, igual que delante del señor Harrison sí lo era. Deberías marcharte.
-Ariadna…
-Luego, donde siempre. Ahora no. Aquí no.

Un roce.
Una, dos, tres horas.

Hacía pocos minutos que el sol había terminado de ponerse sobre la ciudad de Londres, pero los farolillos ya iluminaban la fachada de la mansión de los Millford y los caminos que iban y venían de ella. La cochera situada al lado de los establos, a donde dirigían uno de estos caminos, poseía un pequeño cuarto apenas amueblado, donde la tensión se podía cortar como las raciones de una tarta.

-¿Cuántas veces te tengo que decir lo siento para que me perdones?
-No es cuestión de que yo te perdone, sino de que no llames la atención ni una vez más. Sólo eso, sólo te pido eso, Percival.
-¿Sólo eso? No sabes el esfuerzo que hago cada día para no enfrentarme a tu padre, cogerte fuerte y echar a correr. Esas malditas clases de baile me vuelven loco porque te tengo tan cerca y a la vez te ayudo a mejorar para que otro te aleje de mí. Estoy cansado de estar en las sombras cuando hay gente a nuestro alrededor, de fingir que no conozco cada rincón de tu mente y tu cuerpo mejor que nadie, de ver cómo te tratan como si fueras un objeto de exposición a la venta al más rico postor.
-Por esa razón te pido que disimules, sólo un poco más de tiempo, por favor. ¿No crees que yo también aborrezco que las cosas sean así?
-Te mereces mucho más que eso. Eres más que toda esa hipócrita nobleza junta. Pero es que no tenemos ese tiempo, Ariadna. ¿Qué harás después del baile de presentación? ¿Le dirás a tu padre que vas a rechazar a todos tus pretendientes por un cochero pobre? Ambos sabemos la respuesta.
-Alguna solución encontraremos. Saldremos de esta, juntos, como siempre.
-No, sabes que no hay nada que hacer. Y no quiero… no puedo compartirte con otro. Ni siquiera puedo compartirte con tu padre.

Paso. Paso. Paso.
Piel con piel.
Un, dos, tres roces.
Silencio.

-Aún queda esperanza, siempre queda una pequeña llama de esperanza.
-¿No te das cuenta? Esperanza es lo único que queda para nosotros.

Un, dos, tres roces.
Un, dos, tres besos.

-Pues nos agarraremos a ella, lucharemos por nosotros. Tú tienes los caballos y yo el dinero. Juntos tenemos una única esperanza.

Un, dos, tres jadeos.
Un, dos, tres deseos.

Una semana después, los invitados llegaban sin cesar a la mansión de los Millford, donde eran recibidos entre suntuosas decoraciones y atrayente música. En el salón de baile se entremezclaban vestidos coloridos y pomposos que entallaban la figura de todas las mujeres presentes. Aquí y allá se extendían los murmullos de conversaciones banales, cotilleos de la alta sociedad y algún que otro negocio llevándose a cabo.
Fue la aparición de Ariadna lo que provocó que se hiciera el silencio. Con un vestido rojo como la sangre y el pelo negro recogido hacia un lado, era la viva imagen de la elegancia.

-Señorita Millford, es un placer volver a verla.
-Señor y señora Lower, lo mismo digo. Gracias por asistir hoy.
-Señorita Millford, está usted deslumbrante con ese vestido. Seguro que causará sensación entre todos esos jóvenes impacientes.
-Le agradezco el cumplido, duquesa Foley. Para eso es este baile, ¿no es cierto?
Saludos, sonrisas y nervios.
Tensión, paciencia y pánico.

-Una hora, Ariadna. Sólo una hora más. En una hora estarás con Percival.

Un, dos, tres.
Un, dos, tres.

La gente se marcha. Cae el silencio, cae la noche.

-¿Alguien te ha visto salir?
-No, claro que no, nunca ven nada.
-¿Estás segura? Ni siquiera has hablado con tu padre.
-¿Crees que me importa después de estos años? No quedaban opciones. Tengo las joyas de mi madre y todo lo demás.
-Te dije lo mismo hace una semana y no quisiste.
-He comprobado que bailar un vals sólo merece la pena contigo.

Un, dos, tres.
Chispa, llama y humo.

Arde el establo vacío, arde y las llamas iluminan el cielo. Arde y todo el mundo corre. Arde mientras dos caballos se alejan sin que nadie los vea. Arde la noche, cuando la esperanza es lo único que queda.


martes, julio 22, 2014

Madness and Goddess

Madness and Goddess

Un grito rompe el silencio de un gran edificio de aspecto oscuro. Un grito que crece hasta estallar las escasas luces de los pasillos vacíos. Es un grito que suena a terror y a locura. Que suena a espanto y perdición.

Nadie sabe cómo, nadie sabe cuándo, ni tampoco el por qué. Pero todos saben que ese sonido significa sangre y muerte. Al menos, mientras lo escuchen, pueden respirar tranquilos porque no serán ellos los que no volverán a salir de la oscuridad. Todavía.

El edificio tuvo un nombre, del tipo que se pone en un panfleto y en las imágenes de promoción. Pero el parecido del lugar con la ciudad de leyenda y pesadillas donde los horrores se suceden, hizo que el mundo lo conociera como Cícero. Cícero, el manicomio para los perdidos.

Sólo una carretera mal asfaltada llega hasta él, apartado del mundo, por donde los encargados de transportar mercancías y pacientes son los únicos que se atreven a transitar. No hay visitas, no hay inspecciones, no importa el control, porque es un viaje de ida sin vuelta. Es un viaje hacia las puertas del infierno.

Hubo una época en la que el hospital psiquiátrico no era más que eso, un hospital para personas con enfermedades mentales. Lo hubiera seguido siendo, pero la llegada de una pequeña niña lo cambió todo. Una niña que sus padres temían como si fuera la peor de sus pesadillas.

Ya han pasado más de veinte años de aquello.

Su nombre es Astarté. Nadie se pregunta si es real o no: no cabe duda alguna de que es ella. La pequeña había crecido hasta convertirse en una hermosa mujer de pelo castaño oscuro y ojos negros como la brea de mirada rasgada. Nada en su cuerpo es imperfecto y su rostro simétrico llama la atención por una marca con forma de estrella en la sien derecha. Pero su belleza es traicionera como una tormenta de arena en la noche desértica. El alma de Astarté es tan oscura como sus ojos y su mente es tan cruel como la del mismo demonio.

Una maldición devora día a día el manicomio por una simple razón. Y es que en Cícero habita la reencarnación de una diosa devorada por la locura.

Es ya de noche cuando uno de los encargados de mantenimiento se atreve a entrar al pasillo a cambiar las luces estalladas, con dos guardias con las armas desenfundadas acompañándole. Es un vano apoyo, porque todos saben que si Astarté sigue en el hospital es porque está donde ella quiere y que nada de este mundo ni de ningún otro es capaz de mantenerla encerrada en contra de su voluntad.

Cuando llegan a la puerta del cuarto de la joven se acercan con temor e intentan no hacer ruido y acabar con aquella tarea lo más rápido posible. Pero el destino a veces se toma la libertad de reírse irónicamente de los juguetes que son para él los humanos. Al bajar de la escalera, el encargado resbala con uno de los rastros de musgo húmedo que salen a tiras por debajo de la puerta de Astarté y choca con uno de los guardias, quien pierde el agarre de la pistola con el golpe, la cual cae, rebotando varias veces contra el suelo.

Los tres se quedan paralizados y se miran con pánico en los ojos. Está todo en silencio, pero empiezan a retroceder hacia la pared opuesta a la puerta. Sus espaldas están a punto de tocar los fríos azulejos blancos cuando se oye el chirrido de unas bisagras.

-Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Molestando a estas horas y ni siquiera os dignáis a hacerme una visita.

Hasta sus oídos llega una voz suave y dulce, seductora y fría a la vez. Peligrosa y mortal. Y ante sus ojos aparece la imagen de la perfección, apoyada contra el marco de la puerta de forma despreocupada, con una sonrisa ladeada y los restos de lo que debió ser el camisón para los pacientes convertidos en velos blancos que apenas cubren su piel.

-Vuestros corazones laten muy deprisa, como el de un ratón que está siendo acechado por una serpiente a la que teme. Es divertido. Me gusta. Pero… ¿me tenéis miedo a mí?

Astarté empieza a reír como una niña ante un juguete nuevo y sacude la cabeza y la agacha, aún con una sonrisa alegre en la cara, hasta que el pelo oscuro le cubre el rostro y se calla de golpe. Poco a poco, vuelve a enderezar el cuello, pero la mirada que aparece entre su cabello ya no es entretenida. Ahora es cruel con rastros de locura. Es una mirada hambrienta.

-Hacéis bien en temerme.

Según salen las palabras de su boca, unas ramas surgen de los recovecos de la pared y atrapan a dos de los hombres con fuerza contra ella. Estos gritan hasta que con un giro de la mano, Astarté indica a la planta que les silencie, tapándoles la respiración.

El tercero aprovecha para intentar huir y echa a correr por el pasillo lo más rápido que le permiten sus piernas. Pero detrás de él la diosa se pasa la lengua por los labios mientras extienda la mano en su dirección, saboreando el momento. Y probablemente su próximo almuerzo.

-Creo que es hora de salir a jugar, lindo gatito. Corre y diviértete, Adad.


Un rugido se extiende por el hospital y más allá. El hombre se gira lo suficiente para que sus ojos observen cómo un enorme león salido de la nada se abalanza sobre él antes de sucumbir a la oscuridad. Un último grito rompe el silencio del gran edificio oscuro. Un último grito que crece hasta estallar la bombilla que acababan de cambiar. Un grito que suena a final.

lunes, junio 16, 2014

Pasos de zorro

Pasos de zorro

Plumas rojas. Plumas blancas. Pintalabios rojo y tacones blancos. Una última mirada al espejo y una sonrisa deslumbrante antes de enderezar los hombros. Camina unos pasos estirando cada uno de sus músculos hasta pararse delante del telón granate y espera. Segundos después, una cálida mano agarra la suya, entrelazando los dedos con los suyos. Se miran a los ojos y cogen aire juntos: por fin ha llegado su noche.
Enseguida suena la música de la orquesta y la tela se aparta dejándoles ver el escenario de tarima negra que en unos momentos será todo para ellos. Salen rápidamente y saludan con sus manos libres al público que empieza a aplaudir con emoción.

–Por primera vez después de tanto tiempo alejados de aquí, tengo el placer de ofreceros la vuelta de la mejor pareja de bailarines que jamás ha pasado por el Zorro Rojo: la maravillosa Hannah Davis y su eterno compañero Eric Morgan. –Se escuchaba la voz del presentador por todo el salón, quien debía estar en uno de los palcos superiores. Hannah adoraba a ese pequeño hombrecito–. Como dudo que sea necesario decir nada más sobre ellos, damas y caballeros, disfruten del espectáculo.

La música paró. Los aplausos enmudecieron. Las luces se apagaron y se hizo el silencio.

Resuena una palmada por toda la sala y le sigue una trompeta con un ritmo acelerado, a la que se le acopla el resto de la orquesta. El escenario queda iluminado por una luz tenue mientras dos focos de color rojo enfocan a las dos figuras que han empezado a mover sus cuerpos a la par, consiguiendo que sus pies sean simples sombras entrelazadas.

Incluso los asistentes que se encuentran más alejados sienten la pasión que los bailarines desprenden, el fuego que transmiten cuando sus cuerpos se rozan, cuando las manos de Eric tocan la cintura de Hannah o las de ella dejan su rastro por su espalda. La gente calla, observa, murmura asombrada, deja escapar el aire de sus pulmones ante los movimientos más arriesgados y sorprendentes que han visto nunca.
En el escenario, sólo están los dos. El público desaparece. Para ellos es el final de la época más angustiosa de su vida y el comienzo de la más próspera. Es el reencuentro de un soldado y su hogar; el reencuentro de una mujer y su corazón.

En ningún momento deja de existir el contacto entre la pareja mientras mezclan estilo, velocidad, agilidad y contorsionismo. Cada roce es una cura de cada herida física. Cada mirada es el remedio de cada segundo separados.

Es un baile de pasión y seducción, de arte y amor.

De forma abrupta la música cesa y el último taconazo de Hannah resuena por todo el edificio. Sus manos descansan en el pecho de su pareja. Eric acoge entre sus dedos el rostro de ella. Sólo se escuchan sus jadeos mientras sus frentes se apoyan en la del otro. Sus ojos parecen atravesar sus almas, hasta que a ambos empiezan a caerles lágrimas. Lágrimas de felicidad, de paz.

El tiempo parece haberse detenido. El público estalla en aplausos justo cuando se funden en un beso que sabe a esperanza. Entre sollozos y una lluvia de flores coloridas aceptan todos los gritos y silbidos de enhorabuena y admiración.


Y allí, en un escenario, sabían la única verdad que necesitaban. Estaban juntos. Estaban en su hogar.


martes, marzo 11, 2014

I'm darkness

I'm darkness

I'm a ghost of present and future,
a ghost of nothing and everything.
I'm a word that nobody wants to hear
and everybody needs to say.

This is the difference between being a hero
and dreaming about being one:
I'm a shadow of memories,
a shadow of past, regrets and lost.

But today I'm drowning, falling and breaking,
screaming, crushing and dying like never before.
Tonight I’m whispering to the silence:
“please, come and get me.
Please, turn off the sounds of chaos”.

They say. They lie. They hurt.
They try and I lose.
They laugh as I fight.
I run away as they watch.

I’m a story of tears and dreams,
a story of heavens and hells.
I’m a song the dead have to sing
and the living should never forget.

This is the difference between being here
and dreaming about being there:
I’m a reminder of mistakes,
a reminder of past, regrets and lost.

But tomorrow I’ll be floating, rising and breathing,
crying, sighing and living like ever after.
Then I’ll be shouting to the noise:
“please, come and get me.
Please, turn on the sounds of peace”.

They hush. They lie. They harm.
They laugh and I fight.
They try as I win.
I come back as they lose.